Cuando te convierten en una piedra, estás muerto.
Caminas arrastrando los pies porque el camino es largo y fatigante, los obstáculos que encuentras ponen a prueba tu alma, ponen a prueba tu ser más profundo.
Atraviesas descalzo los páramos helados que habitan criaturas despiadadas, que muerden tus talones a cada paso; cruzas desiertos ardientes bajo un sol de injusticia, y bebes en los oasis del olvido y la muerte.
Caes una vez y otra, y te levantas para seguir, para dar otro paso que arrancas a tus propias fuerzas…y caes de nuevo.
Esta vez intentas levantarte, pero alguien tira de ti con fuerza. Es una mano fría. Intentas levantarte, pero no lo consigues, y luchas sin descanso para soltarte del peso que te arrastra sin remedio a un final fatal…lo intentas, quieres salir, quieres levantarte, quieres reanudar tu triste camino, quieres terminar de una vez, pero no quieres terminar así.
Desde la tierra oyes una voz fría que te grita entre susurros que ya has llegado demasiado lejos, que ahora tienes que entregarte, que tu destino no es continuar el camino, sino obedecer continuamente la exigencias de una tierra descontenta…intentas ponerte en pie, lloras de impotencia cuando te sientes cada vez más arrastrado al fondo del abismo, quieres salir rezas, suplicas a Dios que te ayude pero Él no acude en tu ayuda, estás solo.
Antes de que el fango cubra por completo tu cabeza y se consuma el acto criminal, piensas en el mal que has hecho al mundo…y la misma voz te interrumpe “nada vales, ven conmigo a la tierra, ven conmigo al Infierno, trabaja para mí, esclavo del olvido”.
Haces un último esfuerzo, siempre pensaste que todo podía superarse. Consigues asomar el cuello y eso te alivia; sin embargo la fuerza que te arrastra es muy superior, y tu gloria se hunde con tu cabeza…ahora sólo puede ser pasto de los gusanos, criaturas rastreras que sólo viven para ellos una miserable vida.
Con tu último esfuerzo lanzas un grito de angustia, pero nadie acude, nadie te escucha. Te hundes. Es el final del trayecto.
Al menos, en tu desgracia hay una alegría: no habrá ni una sola lágrima por ti, porque nadie llora por una piedra…y es que cuando los demás te han convertido en piedra, estás muerto.
Caminas arrastrando los pies porque el camino es largo y fatigante, los obstáculos que encuentras ponen a prueba tu alma, ponen a prueba tu ser más profundo.
Atraviesas descalzo los páramos helados que habitan criaturas despiadadas, que muerden tus talones a cada paso; cruzas desiertos ardientes bajo un sol de injusticia, y bebes en los oasis del olvido y la muerte.
Caes una vez y otra, y te levantas para seguir, para dar otro paso que arrancas a tus propias fuerzas…y caes de nuevo.
Esta vez intentas levantarte, pero alguien tira de ti con fuerza. Es una mano fría. Intentas levantarte, pero no lo consigues, y luchas sin descanso para soltarte del peso que te arrastra sin remedio a un final fatal…lo intentas, quieres salir, quieres levantarte, quieres reanudar tu triste camino, quieres terminar de una vez, pero no quieres terminar así.
Desde la tierra oyes una voz fría que te grita entre susurros que ya has llegado demasiado lejos, que ahora tienes que entregarte, que tu destino no es continuar el camino, sino obedecer continuamente la exigencias de una tierra descontenta…intentas ponerte en pie, lloras de impotencia cuando te sientes cada vez más arrastrado al fondo del abismo, quieres salir rezas, suplicas a Dios que te ayude pero Él no acude en tu ayuda, estás solo.
Antes de que el fango cubra por completo tu cabeza y se consuma el acto criminal, piensas en el mal que has hecho al mundo…y la misma voz te interrumpe “nada vales, ven conmigo a la tierra, ven conmigo al Infierno, trabaja para mí, esclavo del olvido”.
Haces un último esfuerzo, siempre pensaste que todo podía superarse. Consigues asomar el cuello y eso te alivia; sin embargo la fuerza que te arrastra es muy superior, y tu gloria se hunde con tu cabeza…ahora sólo puede ser pasto de los gusanos, criaturas rastreras que sólo viven para ellos una miserable vida.
Con tu último esfuerzo lanzas un grito de angustia, pero nadie acude, nadie te escucha. Te hundes. Es el final del trayecto.
Al menos, en tu desgracia hay una alegría: no habrá ni una sola lágrima por ti, porque nadie llora por una piedra…y es que cuando los demás te han convertido en piedra, estás muerto.