jueves, 30 de julio de 2009

Él y ella.

¡Cuán efímero es el amor! Tanto como el corazón de los amantes, yacentes bajo la húmeda y fría tierra para toda una eternidad, sin importar lo que dure.
¡Cuán extraño puede ser el comportamiento de los amantes! Tan cambiante como una veleta, tan sin sentido unas veces y otras tan impresionante.

Cuando se conocieron no existían para ellos ni las miradas furtivas, cómplices, ni los gestos de cariño; no existían para ellos las caricias, que ahora son capaces de estremecer sus cuerpos, ni las constantes luchas contra el tiempo; no existía el auténtico dolor de saberse efímeros, ni la presencia casi imperturbable de los celos.

Se amaban tanto que a penas sí tenían tiempo el uno para el otro, y pasaban las horas muertas haciendo planes de futuro más que viviendo el presente. Ella lo amaba, él la amaba, todo era perfecto en su mundo de mil colores, fuera de ese otro mundo entre gris y pardo viejo casi sepia.

¡Todo era perfecto! Pero, como siempre, ha de sobrevenir la tragedia a la vida banal de los mortales, a la vida banal de los amantes. El momento trágico llegó con el alba, con un reloj que marca las siete de la mañana, con los primeros rayos de luz que se filtran por las ventanas de una habitación hasta entonces a oscuras.

El reloj, ese enemigo implacable que mide el tiempo que nos queda, marca la hora en la que los amantes van a despedirse para siempre. Después de eso, el amante se despierta. Al despertar observa que su amada no está con él, que ha partido a ningún sitio, que está en todos los sitios menos en aquel.

Todo ha sido un sueño, un magnífico sueño al que el reloj ha decidido poner fin. Cuando el joven se levanta, se viste, y sale a la calle con la misma pesadumbre que llevan los muertos, se detiene frente al escaparate de una panadería…la necesita, ella es el alimento de su corazón.

La ve al fondo del local y el tiempo se detiene por unos segundos. Ella paga y se va. Por el camino, ni una mirada furtiva, cómplice; ni un gesto de cariño; ni una caricia; ni una lucha contra el tiempo; ni un saberse efímeros…sólo la presencia imperturbable de los celos y la desesperación que mata el alma.

Él aprieta los puños. Ella no hace caso. Él se siente morir. Ella no hace caso. Él la ama sin que ella lo sepa. Ella no hace caso. Él se odia a sí mismo por dejarla escapar sin un mísero saludo. Ella no hace caso. Él suspira tan fuerte que el viento se detiene impresionado. Ella ya se ha ido sin hacer caso.

Un día se encontrarán de nuevo, él no la habrá olvidado, ella nunca sabrá que él existe…

sábado, 25 de julio de 2009

La naturaleza del Hombre.

A los que luchan
Y mueren combatiendo
Las catástrofes naturales.

Cuenta una leyenda que cuando los dioses ordenaron a Epimeteo otorgar los dones a los seres vivos, éste se olvidó de conceder alguno a la Humanidad.
Entonces, Prometeo robó el fuego y se lo dio a los hombres…Prometeo, el encadenado.

La Naturaleza os privó, primero, de la velocidad para huir de vuestros perseguidores; después, de las garras con las que defenderos y atacar; luego, de mandíbulas poderosas; más tarde, de fuerza bruta; y, por último, del pelaje que os protegía del frío…el frío nocturno y de los duros inviernos de la Antigüedad.
La Naturaleza os lo arrebató todo y produjo, para vosotros, enemigos varios que os dieran caza y os torturaran sin piedad.

¡Ay, especie de especies, reina de la Creación!...no necesitasteis más que mirar al cielo e imaginar las fuerzas superiores que lo regían todo; hicisteis a los seres más poderosos del universo a vuestra imagen y semejanza, y los utilizasteis para infundiros el valor para resistir sobre la faz de una Tierra que os negaba la vida, que os imponía la cruel muerte de las bestias inferiores y mundanas.
¡Ah, la Humanidad!...os pusisteis en pie, os alzasteis sobre vosotros mismos, y vuestros ojos se acostumbraron a ver más lejos que los de ningún otro ser del mundo.

Vosotros os hicisteis a vosotros mismos. Plantasteis cara a la Naturaleza y la mirasteis de frente, a los ojos, sin amedrentaros ni titubear un solo instante.
Disteis el paso hacia vuestra libertad. Aprendisteis a crear y a dominar el fuego, y sometisteis a las demás criaturas vivas; inventasteis la rueda y la mecánica; recorristeis el orbe de un extremo al otro y fuisteis los únicos capaces de contar su historia; alcanzasteis la excelencia con vuestros inventos, y modificasteis el mundo, y viajasteis fuera de vuestro propio planeta…el mismo que os ponía impedimentos para la vida.

¡Sois los amos de la Tierra!...no oigáis a quien os diga, altanero, que sois parte de ella, ¡no!
No sois de la Tierra, ella es vuestra. Habéis ganado el derecho a poseerla y cuidarla para vuestros hijos. Habéis ganado el derecho a modificarla y respetarla para vuestros hijos. Habéis ganado el derecho a hacer de los planetas vuestro mundo…¡sois los amos de la Tierra!

Ahora los fuegos os arrasan; las inundaciones ponen a prueba vuestro derecho; los volcanes escupen abrasador fuego de muerte; ciclones y tifones juegan con vuestro mundo y os deslegitiman. ¡Levantaos de nuevo! Demostrad otra vez al planeta que vuestra fuerza es incontestable, que domináis la energía y la materia, el tiempo y el espacio.

Sólo vosotros decidiréis el final de vuestra epopeya…seguid luchando y dominad la Creación.

sábado, 18 de julio de 2009

El último suspiro de los dioses.

A E. G. S.
por nuestra
eterna amistad.


Se hace el silencio en la sala. Entra un tipo trajeado y los guerreros del sonido, dueños del silencio, amos y señores de las artes, intérpretes de los dioses, toman asiento.
El expectante público aplaude para romper el hielo mientras los jinetes del pentagrama miran hacia la oscuridad del infinito, enjugan su sudor frío y se preparan para resucitar al más puro y noble Apolo.
El director mira, cómplice, a los músicos y estos responden asintiendo con la cabeza mientras agarran con fuerza sus instrumentos, que hacen las veces de armas con las que van a desterrar el mal del mundo.

El director sostiene en el aire la batuta, la bandera de los guerreros del sonido, dueños del silencio, amos y señores de las artes, intérpretes de los dioses. Comienza el concierto:

Los violines alzan lamentos en el rudo eco de los violoncelos; un bombo suena de fondo y su redoble crece y crece hasta que inunda la sala de un sentimiento bravo; el pianissimo de las trompas también da paso a un forte, para volver a caer, y el regio sonido de la Antigüedad vuelve a estremecer al orbe. Empiezan a sucederse los compases: silencios, blancas y negras se enzarzan en una pugna épica contra el tiempo que pasa. La música es el lamento de los dioses, el último suspiro al que se agarra un corazón roto, la última vía de acceso al Paraíso perdido.

Los oboes, los fagots y el arpa introducen un instante de calma y acallan a los instrumentos de percusión y de viento-metal. El pianissmo va decreciendo aun más y entre la amalgama de voces surge una trompeta que rasga el aire tenso de la sala, que vibra con fuerza hasta romper el impuesto silencio.

El público aguarda en tensión el momento final, todo está en silencio y sólo se escucha la trompeta que sigue gritando al viento que nadie puede derrotarla. El público se estremece cuando crece la intensidad del sonido…la trompeta se crece y se crece hasta que estalla en un imponente grito de fuerza que hace que el público se levante como impulsado hacia arriba por el indómito cantar; los aplausos bañan la sala y la euforia se apodera de los corazones…

El éxtasis de los dioses pueden vivirlo los mortales.

viernes, 10 de julio de 2009

Un pasito más.

A M. G. R.,
porque las circunstancias
pueden cambiarse
con un poco de esfuerzo.


Un pasito más. Ahora otro y a empezar otra vez. Son esos pasos, pequeños o grandes, los que te harán terminar esta carrera: la de la vida.
Atrás han quedado ya muchos corredores; otros te han adelantado, y de estos has visto a muchos pararse un poco más adelante; hay otros que aun no han empezado a moverse; y unos cuantos que avanzan veloces, sin desfallecer, pletóricos...es una carrera extraña porque, aunque no habrá más vencedora que la Muerte, algo te dice que lo realmente importante es llegar a la meta.

Un pasito más. Ahora otro y empezar otra vez. No es que quieras pararte, es que no tienes ganas de seguir; tus entumecidos miembros claman un descanso...pero has decidido negárselo porque no será hoy cuando alcances el final, y sacas fuerzas de donde no las hay.
Sigues andando, luego corres, más tarde retomas el paso. Alguien te ha saludado al pasar una curva: quiere que vayáis juntos, apoyándoos el uno en el otro; poco podéis imaginar ahora que ese alguien va a quedarse atrás en un recodo, en un lugar más o menos apartado del camino. Otros dos también te saludan: esos sí van a acompañarte hasta el final...aunque aun queda mucho camino por recorrer.

Un pasito más. Ahora otro y a empezar otra vez. Vienes de un lindo tramo que linda con uno horrible: en el primer trmo viste la luz del sol y sentiste la más absoluta de las alegrías; en el segundo, la oscuridad y el frío te deprimen hasta que sientes ganas de llorar; en el primero, los pájaros trinaban alegres y bebiste de hermosas fuentes de aguas puras y cristalinas; en el segundo, el agua envenada hizo volar lejos a todas las aves, y de esto hace ya mucho.
Un poco más adelante te espera un tramos horrible que linda con uno lindo; el segundo se atisba bastante más largo...en cualquier caso, te acompaña alguien.

Un pasito más. Ahora otro y a empezar otra vez. ¿Cuánto ha de durar el camino?¿Hasta cuándo clamarán tus piernas por un merecido descanso?¿Cuándo y cómo será el día en que la Muerte resulte ganadora?¿Hasta dónde te sentirás acompañado?...son las preguntas que asaltan tu mente y, a veces, la saturan; pero nada de eso importa realmente, porque el camino hay que recorrerlo y aun te queda mucho; porque ahora vas a atravesar un lindo tramo y quieres exprimir al máximo las sensaciones; porque más adelante hay un tramo horrible, sí, justo al pasar aquella curva, y no quieres plantearte nada, sólo salir de él.

Sólo déjame pedirte una cosa: acuérdate de mí, me quedé atrás, justo antes de llegar Un pasito más. Ahora otro y a empezar otra vez...