domingo, 14 de febrero de 2010

En estas extrañas horas

En estas extrañas horas de felicidad contenida y dolor marchito, en estos santos lugares que se llenan de paz tras el agitado movimiento que traen las alas de miles de palomas mensajeras, me siento a recordar tus besos y mis caricias; me siento a oler las flores que crecen bajo mi ventana; me siento a sentir la luz del sol entrar en la solitaria habitación y bañar cada centímetro de mi cuerpo a iluminar mi rostro nuevo y despertar los recuerdos viejos.


¿Soy yo y esta imposible percepción de la realidad, o reverdecen las hierbas muertas del jardín? ¿Eres tú y esta insalvable distancia en el tiempo y el espacio, o te despierta el sol al entrar por mi ventana?

Los pájaros cantores vuelan a visitarme con sus trinos y, con sus renovadas melodías y mis letras, alzamos al cielo azul de la mañana las canciones que un día compuse para ti.
Los inviernos y los veranos se suceden frente al ventanal, y cada nueva estación me trae nuevas aves para cantarte, incasables, las mismas viejas canciones.
Los gatos del tejado maúllan día y noche tu nombre, y en mis sueños se repite tu rostro una y otra vez.
Los perros del barrio me han jurado fidelidad eterna si conservo tu corazón, y yo lo guardo, esperanzado, en un cofre de roble y oro.

En estas extrañas horas, todo se vuelve paz y tranquilidad, todo se reviste de un silencio embriagador y sólo tu voz resuena en los albores de un tiempo lejano, de una tempestad pasada y serena…y sé que no es resignación la paz que siente mi corazón, sino la felicidad que llega a través de tu alegría, de tu risa y de mirada, del vibrar emocionado de cada uno de tus huesos.


Cuanto más alto se eleva el sol contra el azul del cielo, más claramente veo mis recuerdos que, bostezando, se espabilan y vienen a mí.

Recuerdo ahora con nitidez el primer momento en el que te vi. Recuerdo las horas vivas junto a ti y las muertas cuando de ti me despedía. Recuerdo la felicidad de estar contigo, y las plegarias que elevé a Dios dándole las gracias por haberte encontrado, y rogando para no perderte nunca…ahora sé que a Dios sólo le importaban los agradecimientos, porque he tenido que aprender a conservarte con esfuerzo, y aun así, sólo guardo tu dulce recuerdo.
Recuerdo entonces cuando te perdí… ¡Dios sabrá si alguna vez te tuve!...recuerdo entonces que me alejé y que te alejaste para no volver nunca.

Sólo cuando te trae mi memoria traidora, una lágrima resbala por mi mejilla como una de tus caricias que nunca sentí; y me maravillo al comprobar cómo en algo tan minúsculo como una lágrima, cabe algo tan inmenso como un sentimiento. Y ocurre entonces que los rayos del sol atraviesan como lanzas la lágrima, y la luz crea un espectacular arco iris que inunda de color la solitaria habitación… ¿será ese tu primer y último regalo para mí?... ¿qué te di yo?... ¡nada!


Los minutos huyen, se fugan en todas las direcciones y construyen por doquier horas que pasan por mi mirada.
Con los recuerdos danzando por la colorida habitación que decora tus colores y tu voz, vuelvo a percibir el aroma dulzón de los claveles, de los geranios y de las rosas, que se desperezan después de siglos de tristes sueños y terribles pesadillas; y me acuerdo, observando el reflorido jardín, de los versos del poema de Bécquer, donde todo ha de volver salvo lo que más deseamos.

Y como nada ha de volver a ser lo que era, y nada podrá ser lo que no es ni fue; y como en estas extrañas horas de felicidad contenida y dolor marchito, la luz entra en mi habitación trayéndome momentos que creía enterrados, sonrío al infinito que se cierne sobre mí, miro de frente al pasado, al presente y al futuro; y te escribo una última carta de amor que, como el resto, guardaré bajo llave…en el rincón más profundo de mi corazón, para que sólo Dios pueda leerlas cuando ya sea demasiado tarde para volver.

En estas extrañas horas de felicidad contenida y dolor marchito, en estos santos lugares que se llenan de paz tras el agitado movimiento que traen las alas de miles de palomas mensajeras, me siento a recordar, a oler las flores nuevas del viejo jardín, a escuchar a los gatos maullar tu nombre y a cantar los pájaros tus viejas canciones.


Y ahora que es tarde, me levanto y cierro la ventana; te abrazo a través de la distancia, y beso por última vez tus recuerdos…sobra decir que te quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario